EL CABO DE HORNOS

Fue un viaje alocado e improvisado, hasta el punto que Andrés y Aroha no entendieron en absoluto estar en medio del Pacífico en la llamada Antártida chilena.

Allí, les esperaba el ático de sus deseos donde predominaba el aroma a incienso que venia acompañado de aquellas velas que hacían de ese espacio, un lugar celestial.

Andrés, todo lo mas que había conocido de ella hasta entonces, era su espectro de ropa para afuera. Pero en aquel viaje, en aquel paraje, en aquella Jaima andina, la observo, la admiro... jamás había visto una mujer como Aroha, ella era una linda ninfa que soterraba en su interior, un volcán de cuyo magma, alimentaba sus húmedos deseos.

Mientras tomaban sutilmente un sorbo de aquel Oporto, Andrés se estremecía ¡¡¡Por todos dioses Paganos!!!..-Eres la imagen de Calipso que te convierte en felina y discreta a la vez.

En contra de lo dictaba su sentido común, Aroha, percibió en aquellos instantes una mezcla entre excitación y sorpresa al instantes que sentía las sutiles caricias de Andrés. Su olor corporal se asemejaba a la flor del loto de cuya fragancia estaba impregnada en su azorada piel.

Aquello era mística pura, era el sacro sustento que impera en uno de los secretos que reside en esto que llamamos Vida. Ambos, rodeados de aquella liturgia sensual, pues, mas allá de sobre pasarles aquellos momentos, se miraron, se dejaron llevar por el impulso del deseo que venía previamente alimentado por la imaginación hasta aquel entonces. Se dieron un beso, y otro, y otro..mas largo y profundo que el anterior al tiempo de fundirse en un caluroso y envolvente abrazo.

Para aquel entonces Aroha, sintió aquel volcán que creía apagado, aquel magma que humedecía sus entrañas, a la vez que un calor súbito la estremecía de pies a cabeza. Los labios de Andrés se desplazaron con un rítmico cosquilleo donde contempló el nacimiento de su cabello. Ella, aturdida por ese torrente de sensaciones, le presionó Andres hacía su cuerpo donde parte de sus labios aterrizaron en sus excelsos senos bajo aquel camisón de excitante lino.

Las manos de ambos estaban dotadas de un ansía sin igual, se despojaron de los ropajes que actuaban de fronteras en cuyo lado comprendieron aquel mágico instante, el motivo de su estancia en aquella casa rural del Cabo de Hornos.








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